“No corría ni una gota de viento”
Tal vez algunos somos demasiado apegados a las tradiciones, refractarios a los cambios, lo cierto es que nos cuesta sintonizar con la vanguardia lingüística de estos tiempos y ya lo habíamos insinuado en alguna crónica anterior. No es cosa de edad, pues esta avalancha no necesariamente llega desde la juventud, pues también vemos u oímos impresionantes giros idiomáticos provenientes del mundo político, la alta empresa o el periodismo. Nos cuesta, y nos cuesta aún más si somos magallánicos, porque al fin y al cabo somos distintos, para que “vamos a decir una cosa por otra”, pero mejor “calla tu boca” nos diría nuestra abuelita y vamos a lo que nos interesa antes que nos llegue el “fuego amigo” (y el no tan amigo, también).
Lo más probable es que nos enfrasquemos en una “discusión bizantina”, pues cada cual tiene su propia “cosmovisión”, pero en fin, tratemos de vivir el “aquí y el ahora” y más que preocuparnos, debemos “ocuparnos”.
Entonces, “hay que dejar que las instituciones funcionen” y si de modificar el lenguaje se trata, vamos con ello, pues “nada está escrito en piedra” pero ¡cuidado! hagámoslo siempre y cuando “haya agua en la piscina” y pensando si vale la pena en términos de efectivamente “mover la aguja”, no vaya a ser que comentamos algún “error involuntario” (¿hay errores voluntarios?). Esto es como para declararse “en reflexión”, debemos salir de nuestra “zona de confort”, pero tampoco se trata de llegar al estado de “zona de sacrificio”, quizá podríamos formar una “mesa de trabajo” o diseñar un “protocolo”, porque después de la pandemia, al parecer, hay protocolo para todo y “estamos en eso”.
Nosotros lo habríamos hecho “tarde, mal y nunca”, pero ahora la cosa es “24/7”, o sea, “full” de actividad (“hasta el mango”, decimos los magallánicos). Y a propósito de los números, ya no hablamos del 11 de septiembre de las Torres Gemelas, el 27 de febrero del Terremoto, ni el 8 de marzo del Día de la Mujer; ahora la cosa es sencillamente “11-S”, “27-F” u “8-M” y no estamos en el 2024, estamos en el “veinte-veinticuatro”.
Nosotros, nacidos el “diecinueve sesenta” veníamos acostumbrados a otras cosas, otros modismos. Por ejemplo, recuerdo un vecino que se “mandó un numerito” (ahora le dirían “condoro”) y cuentan que la señora “se privó” y “le cantó las cuarenta” (¿porqué las “cuarenta” y no las treinta y nueve o las cuarenta y uno?). Por su parte, el pobre vecino “no dijo esta boca es mía”, o sea, “se hizo el cucho” aún cuando su mujer reclamaba “hasta la pared de enfrente”; todo eso pasó en “la tardecita” cuando “no corría ni una gota de viento”. Pero la cosa siguió, pues el vecino debido al mal rato “no pegó una sola pestañada” en toda la noche, porque estuvo “en un solo grito” con una jaqueca de aquellas que “se me vuela cabeza”. La historia terminó cuando la vecina (con justa razón) le escondió la llave del auto “bajo siete llaves”, porque al parecer ahí estaba “la madre del cordero” (otra vez: ¿porqué siete llaves, y porqué no, seis u ocho? tiene su origen en la antigüedad, parece). La noticia corrió “como reguero de pólvora” por “el correo de las brujas” y el “no te puedo creer” de quienes se enteraban adquiría tintes melodramáticos, pero “nunca tanto” como sus actualizaciones: el “mentiiiiraaa…” o el “brooomaaa…”.
A propósito de dolores de cabezas y demases, viene a la memoria una antigua y macabra expresión utilizada cuando alguien era sometido a la última instancia médica sin resultados positivos; entonces se esparcía la noticia que ya no había nada que hacer y que al sujeto en cuestión “lo abrieron y lo cerraron”.
Al parecer, la expresión antedicha es de raigambre local, no recuerdo haberla escuchado en el “norte”. Eso del “norte” en materia lingüística es como hacer turismo aventura, pues las diferencias son abismantes: si nosotros hablamos de “las chicas y chicos”, allá son “las chiquillas y chiquillos”. Cuando en términos coloquiales nos referimos a un “bicho”, “cristiano” o “ñato”, allá es el “güeñe”, “socio” o “compadre”, por ejemplo: a este “compadre” lo pillaron en un “renuncio”, o sea, lo “cacharon”.
Lo sentimos estimadas lectoras, estimados lectores: algunos nos quedamos en el tiempo y en nuestro espacio patagónico. Seguimos pagando “al contado” y no “en efectivo” y para nosotros el conjunto musical U2 es eso; “u-dos” y no “Lliutú”. Nos cuesta subirnos a esta vorágine de cambios; como será que aun le decimos Talca a la calle Armando Sanhueza y Yugoeslavia a la calle Croacia (¿o Progreso?).