Oppenheimer, un dilema ético
Hace unos días pude ver la película Oppenheimer, que acaba de obtener siete premios Oscar, entre ellos a la mejor película, al mejor actor y al mejor director. Es una película bien armada y las tres horas que dura pasan sin darse cuenta, con diálogos que mantienen una creciente curiosidad, aunque uno no tenga idea de física teórica. Es una muy buena película para un tema árido y complejo, que a uno lo mantiene atrapado en el dilema ético que vive el llamado “padre de la bomba atómica”.
No es mi competencia hacer crítica de cine, sino que me referiré al dilema ético de Oppenheimer; dilema que se mantiene siempre vivo en toda persona, por más que se hagan esfuerzos personales, sociales, culturales, políticos o económicos, por acallarlo. Se trata de la bondad o no de nuestros actos humanos -del tipo que sean- y de la responsabilidad personal y social que implican todos nuestros actos.
En breve, Oppenheimer era una mente brillante en el campo de la física teórica, y en los años de la Segunda Guerra Mundial, el gobierno de los Estados Unidos lo puso a cargo del proyecto de construcción de la bomba atómica para poner fin a la guerra. Luego que la bomba fue arrojada en Hiroshima y Nagasaki y dejó una destrucción devastadora y más de 200.000 muertos, Oppenheimer, experimenta dudas acerca de la bondad de su obra y, atormentado por la culpa, se opone al desarrollo de nuevas y más poderosas armas nucleares. Así, el “destructor de mundos” se vuelve en un pacifista que cuestiona la política nuclear durante la “guerra fría” entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Los políticos y militares ponen a este personaje contradictorio en la lista negra de los científicos, hasta que fue rehabilitado por el presidente John Kennedy, en 1963.
La película no relata las tragedias de Hiroshima y Nagasaki, pero su núcleo moral es si eran realmente necesarias para acabar con la guerra. El destino trágico de Oppenheimer, rodeado de políticos y militares, es que -como físico teórico- pensaba que tenía que experimentar para ver los efectos de esa energía, pero su mismo trabajo teórico le mostraba la posibilidad de la destrucción del planeta. Aquí aparece el problema moral: ninguna ciencia -y ningún acto humano- es éticamente neutral; toda acción humana conlleva la responsabilidad por esos actos y sus consecuencias. La mayor tragedia de Oppenheimer fue que no pudo salvar al futuro de su propia invención.
Entonces, aterrizando un poco, sucede que, quizás, podemos pensar que hay actos humanos que están sustraídos de la responsabilidad ética o son moralmente neutrales y oímos decir, por ejemplo, que “negocios son negocios”. También, por ejemplo, alguien podría preguntarse si los músicos tienen una responsabilidad ética, ¡por supuesto que sí!, con la música se puede componer una marcha fascista o una canción “protesta” o libertaria, y ambas opciones tienen consecuencias morales muy distintas en las personas y en la sociedad. Ningún acto humano es éticamente neutral o está al margen de un juicio acerca de la responsabilidad moral: podrán ser más buenos o menos buenos, o decididamente malos; podrán ser grandes bienes o males menores, pero siempre implican una responsabilidad moral con respecto a las personas y al bien común. Los dilemas éticos están entre los más importantes del ser humano, pues tienen que ver con su aspiración al bien y la felicidad, personalmente y socialmente.
Pensemos, por ejemplo, en asuntos planetarios, como las preguntas éticas que pone el uso de la llamada Inteligencia Artificial. O podemos pensar en las decisiones que cada uno toma en su vida familiar; podemos pensar que “eso es un asunto mío y nadie puede meterse”, pero resulta que esos actos tienen consecuencias para cada miembro de la familia. También podemos pensar que cuando hacemos una acción perversa -de cualquier tipo- nos libramos de la responsabilidad ética diciéndonos que “total, todos lo hacen”, o “da lo mismo, no tiene importancia, y nadie va a saber”, pero… más temprano que tarde esos actos perversos se vuelven contra la misma persona y contra los demás. Tal como en un momento de la película, la esposa de Oppenheimer le dice: “no puedes cometer un pecado y esperar que los demás tengamos compasión por ti”.
El asunto daría para largo, pero lo que está detrás es que todos los seres humanos tenemos una maravillosa aspiración al bien y la bondad, la cual es camino para un mayor bienestar personal y social; aspiración al bien que puede ser acallada por egoísmos personales o razones sociales, políticas o económicas. Vivir responsablemente es cultivar y no acallar esa aspiración al bien y la bondad. En el siglo V, san Agustín decía: “seamos nosotros mejores y los tiempos serán mejores”.