El desafío de una cultura parental
La celebración del Día del Padre nos pone ante una nostalgia poco expresada en nuestra sociedad; me refiero a la nostalgia del padre, la nostalgia de la figura masculina que con alegría y responsabilidad asume la paternidad como uno de los mayores dones y riquezas de su propia vida.
Es un lugar común decir que vivimos una “sociedad del padre ausente”. Recordemos un dato: en nuestro país en torno al 40% de los hogares tienen a una mujer sola como jefa del hogar, ¡y hay que esperar los datos que nos dirá el nuevo censo! Además, hay que sumar las familias donde el papá está físicamente presente, pero emocionalmente distante y educativamente anulado. Se llega a una cifra impresionante de hogares en que la figura del papá está ausente o distante.
Otro signo elocuente de esta sociedad del padre ausente es el elevado número de pensiones alimenticias impagas, a pesar de los esfuerzos legales que se hacen para que esos progenitores cumplan, al menos, ese deber hacia sus hijos. Sabemos que se trata de pagos que en muchos casos están atravesados por complejas relaciones entre los progenitores, pero nada justifica ese abandono. No es lo mismo estar en deuda con una casa comercial o un banco, que estar en deuda con los hijos, y no se trata sólo del aspecto económico, sino de la destrucción de algo muy hondo, porque ¿podrán esos niños y jóvenes confiar en sus papás y en el mundo adulto?
La paternidad y la relación filial son uno de los ríos profundos que recorren la vida de todas las personas, y la crisis de la cultura parental con la figura del papá ausente o diluida repercute con fuerza en los niños y jóvenes con efectos lamentables que son, a veces, irreparables. Pero también repercute en los mismos varones que se pierden la alegría de ser papás que viven su paternidad con gozo y responsabilidad.
Esta crisis parental presenta el gran desafío cultural de proponer de un modo nuevo lo masculino y, por tanto, lo que significa la paternidad. Es decir, que así como la liberación femenina no significa masculinizar a la mujer, sino que es promover y potenciar lo femenino, también es necesaria una liberación de los varones que rescate lo masculino de las trampas del machismo y del patriarcalismo.
Una liberación masculina que no consiste en feminizar al varón, sino en promover y potenciar lo masculino. Entre las muchas dimensiones que constituyen lo masculino y lo femenino están, como elemento identitario de cada género y, por tanto, también de diferenciación, las dimensiones de la maternidad y la paternidad. Es decir, promover lo masculino no es promover el machismo, sino promover la paternidad.
Sin duda que la silenciosa nostalgia de tantos hijos por la figura del papá en sus vidas, es muy distinta en los hijos con papás que viven una paternidad activa; como alguna vez me contaba un hombre joven, con un gozo sereno, pero imposible de ocultar: “¡estamos esperando nuestro primer hijo; tenemos la tarea de hacer un buen hombre!”. Lo que ese joven papá me estaba diciendo era una de las hondas verdades de la vida, pero que muchas veces es incomprensiblemente silenciada: que la mayor alegría y el mayor legado de un buen padre es un buen hijo. Es el gozo de un papá con la misión de transmitir a su hijo lo que realmente importa en la vida: un corazón sabio y justo que habita en un hombre bueno y generoso.
Aun en medio de esta crisis cultural de la figura paterna, hoy es un muy buen día para celebrar a los papás que están presentes y son cercanos a sus hijos, esos hombres que viven una paternidad gozosa y sencilla, firme y bondadosa, con la que educan a sus hijos y los acompañan en su desarrollo. Son esos papás tiernos y fuertes, alegres y laboriosos, cuyo valor principal es la familia, los hijos y desde luego, la mujer que lo acompaña, ¡porque no hay padre sin madre!
Uno de los grandes desafíos de nuestra cultura es cultivar y desarrollar la figura del padre, que ésta no sea el vacío de una ausencia o una autoridad que se impone con fuerza, o la figura de la camaradería complaciente de los que no se atreven a poner reglas a sus hijos. Dice la Biblia que Dios es “el autor de toda paternidad” (Ef 3,15), y El nos ha mostrado que ser padre es estar siempre presente y no es ejercer una autoridad despótica; al mismo tiempo, nos ha mostrado que ser padre es educar con amor a los hijos para que sepan ejercer responsablemente su libertad.