La eterna espera por un programa regional integral para adultos mayores
Ramón Lobos Vásquez
Médico Geriatra
Consejero Regional
En días pasados y en el contexto laboral hemos conocido la apremiante situación de vida de una adulta mayor y su hija, chilenas, pero residentes largo tiempo en la vecina Argentina. Allí han desarrollado su vida y su entorno social y familiar. Por problemas de salud complejos se atendían periódicamente en nuestro hospital. La pandemia las pilló a este lado de la frontera. A todo el grupo familiar. Pasadas unas semanas y evaluando su situación y la necesidad de control y provisión de tratamiento, madre e hija se quedaron en nuestra ciudad, en una antigua casa familiar. El resto volvió a su lugar de residencia. De eso hace ya 19 meses. Ella clínicamente está bien, con su tratamiento y seguimiento. Pero los estragos de la separación familiar, la falta de redes y por sobre todo la falta de recursos económicos han causado daños y deterioros permanentes que veremos en los próximos meses.
Privilegiando la salud se han deteriorado socialmente. Con deprivaciones y carencias que también terminan afectando la calidad de vida y salud. Una historia conocida y vivida por cientos de mayores en nuestra región, pero que de tan frecuentes y sabidas se nos hacen cotidianas y hasta aceptadas; es mucho lo que falta para que la tercera edad sea realmente “años dorados”.
Es cierto, la pandemia ha tensionado los sistemas estatales, pero también han desnudado la pobreza de las ofertas para este grupo etáreo. Son demasiados pilotos y programas que cubren parcialmente sus requerimientos. No hay una estrategia única que los acoja y proporcione lo que requieren. Rinde más entregar un bono, cortar una cinta o lanzar un programa, que ejecutará un tercero, que sentarse a planificar una estrategia integral como respuesta del Estado a sus mayores.
Se necesita una estrategia de trabajo que sea digna y que no los haga sentir que mendigan una respuesta. Es una lucha de supervivencia en condiciones adversas que los maltrata, los estigmatiza y finalmente sólo los deja de lado. Porque cuando pueden salir de sus casas pueden hacer los interminables trámites para y por beneficios. En la medida que las patologías médicas y sociales hacen mella en sus cuerpos, terminan confinándolos en sus casas y aislándolos de las posibles ayudas.
El sistema los recibe a diario en los servicios de urgencia o en las hospitalizaciones por causa social, que ocupan por largos periodos las camas hospitalarias; tan necesarias en salud, pero que por motivos estrictamente sociales, terminan siendo la única alternativa de cuidados para esos mayores. No siendo el hospital o centro de salud el mejor recinto para responder a las problemáticas sociales. Es enervante la lentitud que los sistemas públicos tienen para responder a problemáticas sociales de los mayores, pero a salud se le exige una respuesta inmediata y permanente, mas allá de los tiempos razonables para que un adulto mayor permanezca hospitalizado. Cada tanto son noticia en los medios los adultos mayores abandonados en recintos hospitalarios por sus familias y muchos más los abandonados por los sistemas públicos que deben velar y cuidar de ellos. Una realidad que se esta haciendo demasiado común y que no parece asombrar ni preocupar a las autoridades que deben propiciar medidas sociales más efectivas y oportunas.
¿Quién entonces ayuda y vela por los mayores? La tarea que hacen voluntariados y grupos ciudadanos para con los mayores ha sido impresionante en estos meses: desde las ollas comunitarias de ayuda hasta la entrega de víveres para los más necesitados. Han sido meses en que se han prodigado en responder a las necesidades de quien lo requiera.
Para quienes trabajamos en contacto con personas en situación desmedrada en lo social o de salud se nos ha hecho más efectivo contactarnos con voluntariados para una pronta respuesta. No sólo toman nota de lo que se les plantea, sino que mueven recursos sociales para este fin. Son la mano de un Estado que más veces está ausente de tareas que le son propias.
Las municipalidades y sus departamentos sociales prestan ayuda también, pero carecen de los presupuestos que permitan mantener estas ayudas en el tiempo. La carga es mucha y los recursos escasos.
¿Qué falta entonces? Un programa regional, coordinado y financiado que permita que se puedan acercar ayudas y cubrir necesidades en forma oportuna y adecuada. El necesario trabajo en red, que no es precisamente coordinar el trabajo de otros: es hacerse cargo de toda la cadena de trabajos que busquen resolver los requerimientos de los mayores. ¿Por qué regionalmente? Porque no hay un programa nacional que pueda hacerlo, que se encuentre asegurado, coordinado y financiado para ello. Deben ocurrir varios cambios políticos y sociales para que el estado chileno sea bueno y justo con sus mayores, que va mas allá de una pensión digna.
Mientras tanto, una adulta mayor espera que se abran las fronteras para volver con los suyos, recuperarse y seguir atendiéndose en salud en Magallanes. Seguirán esperando por un Estado solidario a ambos lados del alambre que nos separa. Esperando un mejor mañana, un mañana al menos más digno. La respuesta la tenemos todos hoy, por ellos.