La responsabilidad social debe ser la lección de esta pandemia
El escenario cambiante y desafiante ha sido el periplo que individual y colectivamente hemos vivido estos largos dos años de pandemia. La historia nos ha enseñado que frente a los grandes problemas vividos globalmente, siempre la humanidad ha dado un salto cuantitativo o cualitativo en su calidad de vida o en las condiciones de vida de las personas. Pareciera ser que esta no será una oportunidad distinta, ojalá sea una oportunidad para marcar giros en el desarrollo de nuestras sociedades locales.
Esta pandemia ha puesto en jaque todos los sistemas que habíamos construido, como una sociedad de servicios para quien pudiera financiarlos, más que uno de bienestar social, comunitario y global. La vida en estos años se nos fue en ir juntando recursos para financiar bienes y servicios que nos parecían imprescindibles o que la misma sociedad nos proponía como esenciales: buen trabajo, una buena casa, viajes, siempre la posibilidad de gastar y generar consumo. La pandemia puso esto en jaque.
A las sociedades que tenían más recursos y que podían financiar vacunas, investigación o bienes y servicios para cuando estuvimos confinados, no le fue mejor que a otras sociedades; que teniendo menos recursos o menos posibilidades de vacunarse pudieron enfrentar de similar forma los efectos de la pandemia.
¿Dónde estuvo la diferencia? Le fue mejor socialmente en esta pandemia, no sólo en la etapa de confinamiento, a aquellas sociedades que tenían reglas claras de responsabilidad social, de dictar conductas o formas de actuar. Pudieron enfrentar en bloque social la primera etapa de confinamiento. En las otras sociedades más individualistas, cuando todo dependía de los recursos que cada cual tenía intradomiciliario: recursos sociales, recursos económicos, capacidad de compra, capacidad de reinvertir esos recursos acumulados.
Fue como una continuidad de lo que veníamos viviendo. Tanto tienes. Tanto consumes. Tanto sobrevives. De allí nace la frase que nos recordaba que estábamos todos en el mismo mar tormentoso: unos en un yate, otros en un bote y otros nadando sólo con sus fuerzas. Actualmente en esta nueva etapa, con brotes más limitados y viviendo en una casi endemia, con casos limitados a brotes comunitarios o laborales; tenemos otras necesidades, de trabajar y producir recursos. Hoy nos centramos en retomar una habitualidad perdida. Pero a diferencia de antes, hoy importa más lo que como sociedad hacemos. Lo que como grupo social hacemos en conjunto para todos: ¿Cuántas vacunas disponemos para nuestra población? La velocidad de vacunación. Los nuevos esquemas de protección a grupos más vulnerables. Pero por sobre todo, cómo desarrollamos conductas protectoras entre todos.
La capacidad de desarrollar estas conductas -socialmente protectoras- dependen más de factores muy descuidados: educación y formación social. Dependen de desempeños colectivos. Tan distintos de los actuales paradigmas educacionales. Que siguen siendo más personalistas y no sociales o grupales como exige el mundo actual.
Es necesario tener la capacidad de ver las necesidades de otros, de grupos vulnerables o incapaces de solventar sus necesidades básicas. Pero no sólo ver y detectar, sino tomar parte activa de una respuesta social. Sabiendo que la ayuda de muchos puede ser más efectiva que respuestas individuales.
Por eso lo que hemos visto como respuesta social en estos tiempos. Desde ollas comunes hasta la acción solidaria por otros; podría ser la génesis del cambio social que requerimos, si permanecen en el tiempo.
Al estar confinados comprendimos el valor de ser parte de una sociedad. De cuánto dependemos de los otros. Pero también, darnos cuenta que había otros que no tenían y necesitaban más
Los mayores y jubilados son los más vulnerables. Vivimos en una sociedad que ha replicado las inequidades con las que nacemos. Estas se repiten en el sistema educacional. El mundo laboral depende del nivel educacional alcanzado y repite las diferencias o brechas sociales y el sistema de pensiones es reflejo de las diferencias alcanzadas en lo laboral.
Naciendo pobre es difícil romper o cambiar esta condición en el Chile de hoy. Por eso la esperanza de una mejor vejez en Chile depende de mejorar las condiciones sociales de este país. Partiendo por la educación. Pero también mejorando la responsabilidad social que todos debemos fomentar y alcanzar.
Hoy más que nunca como sociedad dependemos de lo que otros hacen. Si no se vacunan todos, si no se refuerzan en los esquemas propuestos. Si no nos preocupamos del otro, lo que tengamos en nuestras billeteras será nada para vivir y seguir tranquilos en nuestras vidas.
La conciencia social. El mirar para el lado y ayudar a otros o recibir la ayuda de otros es la esperanza de una mejor sociedad.
Dejar de lado los individualismos aprendidos y machacados durante décadas debe ser la consigna del país que tenemos que construir hoy. Tarea de todos para todos. Los primeros en recibir esta nueva visión deben ser nuestros mayores. Ellos no pueden seguir esperando.