Buenos Aires; Borges, algo de Piazzolla y un poco de Cerati. Tercera parte
Piazzolla y Ferrer fueron quienes nos enseñaron que “Las tardecitas de Buenos Aires tienen ese qué sé yo, ¿viste?”. Son “Las Tardecitas” y no “Las Callecitas” como dicen algunos que escuchan los tangos así a la pasada. Bueno “Las Callecitas” y todo Buenos Aires tienen “ese qué sé yo, ¿viste?”, pero la “Balada para un loco” (1969) dice “Las Tardecitas”.
Tanto Borges, como Piazzolla y Cerati han puesto lo suyo para construir el “Mito” de Buenos Aires, un Buenos Aires que ya no existe, pero está, hay que saber buscarlo y no se trata de ir al Café “La Biela” en La Recoleta que frecuentaban Borges con su inseparable amigo Adolfo Bioy Casares, ni aparecerse una noche por el “Pierino” del Barrio Almagro, el restaurant de pastas favorito de Piazzolla o pararse en la punta de diamante de Diagonal Norte con Irigoyen donde se tomó la foto de la carátula del álbum “Doble Vida” de Soda Stereo, ese donde viene “La ciudad de la furia” y que ilustra esta crónica.
Para encontrar los Buenos Aires de Borges, Piazzolla, Cerati y tantos otros, primero hay que ir, con calma, pero hay que ir y nada de city tour: incluso hay city tour “temáticos” de literatura, rock y demases. No, no, no, mejor andar solo o con quien esté dispuesto (a) a acompañarlo a uno en estas locuras. Nada de museos -excepto el de Maradona- pues todos están en internet o en los libros.
Entonces, hay que arrancar temprano en una confitería o cafecito de la esquina (“Con una café con leche y una ensaimada rematas esas noches de bacanal…”, nos aconseja el tango “Garufa”) ojalá de esos Cafés sencillitos sin mayores ostentaciones, esos en los que le limpian la mesa con el mismo paño trasnochado que repasan el mesón. Quedan Cafés de antaño con reconstrucciones, acomodos y “puestas en valor”; algunos se mantienen fieles a su concepción original, otros no tanto y así encontramos “Los 36 Billares”, el “Tortoni” y el “London” en la Avenida de Mayo, “El Federal” de San Telmo, “El Colonial” en Avenida Belgrano, la confitería “La Ideal” en Suipacha o “Las Violetas” en Avenida Rivadavia frente al esperpéntico y -aun a duras penas en pie – Hotel “Almagro”, que alojó al gran escritor Ricardo Piglia en sus primeros años bonaerenses, donde una tarde cualquiera fuimos preguntar por su estadía en el lugar y no nos dieron “ni bola”.
Debemos salir a caminar como lo hacía Borges o, al menos, llegar por otros medios hasta donde él llegaba; abordar un “colectivo” o el “subte” (las micros y el metro nuestro, respectivamente) e ir donde precisamente nos han dicho que no vayamos y bajarse del “colectivo”, ahí exactamente donde nos recomendaron que no nos bajemos, tomando las precauciones del caso, eso sí, ir acompañado (a) o cosas por el estilo. Y observar, escuchar, oler y si encontramos un barcito de mala muerte en la esquina entrar, siempre seremos bien recibidos (as) para degustar una Ginebra, una Gancia, un Fernet o, simplemente una Mirinda o una Tónica Paso de los Toros.
Hay que ir a los barrios, a buscar esos viejos Clubes de Tango, los verdaderos, arrancar del tango “for export”, tan vendible y tan vendido en el centro. Si queremos conocer el Barrio de la Boca, la puesta en escena de la calle “Caminito” es imperativamente prescindible, especialmente en sábado o domingo, entonces (ya lo dijimos) nos bajamos antes para conocer la Plaza Solís y luego a la cancha de Boca (“La Bombonera”) y atravesar el Puente Nicolás Avellaneda para llegar al otro lado del riachuelo. Vamos también a Puente Alsina, a Vieytes en el barrio de Barracas, a ver si nos aplauden. En la calle Hipólito Vieytes, está el antiguo manicomio, de ahí aquello de la “Balada para un loco”: “De Vieytes nos aplauden: “Viva! Viva!”, los locos que inventaron el Amor; y un ángel y un soldado y una niña nos dan un valsecito bailador./ Nos sale a saludar la gente linda…Y loco -pero tuyo-, qué sé yo!…”.
Continuará…